jueves, 27 de diciembre de 2012

De Lucis Adversariis (I)

De Lucis Adversariis, o De los enemigos de la Luz, es el nombre que recibe un documento hallado en la sección de apócrifos de la biblioteca de un particular de Burgos. Se trata de una extensa carta dirigida al “Gran Maestro” de Castilla, firmada por un recién nombrado Pater Cordubensis, sin fecha ni nombre alguno, solo con un sello de color rojo, que se reproduce más abajo, estampado al principio de la misma. Su contenido nos hace pensar que podría tratarse de una de las pruebas de la existencia de la Fraternitas Vera Lucis, aunque en ningún momento se nombra a tal organización en el documento. En la carta, escrita en latín medieval, se habla de criaturas irracionales y se dan consejos para combatirlas. La ofreceremos íntegramente en varios fascículos.

Nota: aquellos términos que hemos decidido reproducir en el latín original en que están escritos, se muestran en cursiva; las aclaraciones nuestras las encerramos entre corchetes [.]; allí donde el texto no es inteligible o faltan fragmentos, se indica con puntos suspensivos entre corchetes […].


símbolo

A Su Excelencia el Magister Magnus de Castilla:

En primer lugar, de justicia es agradeceros de palabra vuestro apoyo en mi elección como Pater Cordubensis, y prometeros que pondré todo mi empeño y mi corazón, como siempre lo he hecho, en la erradicación de la superstición en nuestro reino, máxime ahora que mi cargo me permite luchar con toda la vehemencia con la que aún me permite mi avanzada edad y con toda la prudencia adquirida a lo largo de todos estos años al servicio de la Hermandad. Mientras viva, me encargaré de convertir mi zona de influencia en un verdadero baluarte del sur en la lucha contra la irracionalidad que aún corrompe gravemente a las gentes en nuestro tiempo, para ayudar a que la luz de la razón se instale en esas pobres mentes dominadas por el miedo a la oscuridad.

Y en segundo lugar, no estimando suficiente el agradecimiento de palabra, lo haré también de obra, pues en varias ocasiones me habéis pedido que redactara una especie de guía de campo para los fratres tirones [es decir, los novatos] de nuestra hermandad, dada mi dilatada experiencia tanto en la lucha como en el estudio de criaturas legendarias que infestan nuestra gloriosa tierra, y de las que tanto yo como mis camaradas, en numerosas ocasiones, hemos dado buena cuenta. Así pues, en agradecimiento a vos, y en servicio a mis hermanos, me dispongo a plasmar en esta carta algunos consejos que en mi doble papel como frater doctus y miles he ido recopilando; pues igual que Dios ha concedido a unos la fortaleza física suficiente para enfrentarse al mal, a mí ha querido otorgarme una férrea creencia en el mundo de luz, que ha protegido mi seso contra los horrores que he presenciado; pues  he confesar que he visto cómo la locura ha terminado instalándose en las mentes de algunos de mis pobres hermanos, que tristemente han caído presa de aquello contra lo que han luchado durante toda su vida, mientras que yo, habiendo tenido el doble de contacto con ese mundo abominable, me mantengo cuerdo gracias a Dios, y firme en mi determinación y en la lucha contra el reino de la oscuridad. He comprendido, pues, que Dios, a través de vos, me ha elegido para que pueda transmitir mis conocimientos a futuras generaciones, y no puedo por menos que agradecérselo al Altísimo y a vos con estas líneas que me dispongo a escribir.

Comenzaré diciendo que ancha es Castilla, pues así lo quiere Dios, y que en nuestro reino muchas son las regiones, cada cual con sus propias leyendas y supersticiones, y en unas hay más que en otras. A este respecto me suelo acordar de nuestros hermanos del brumoso norte, pues allí la irracionalidad, como he podido comprobar de primera mano durante mis viajes, es tal, que incluso aún compite con la verdadera Fe. Muchos de nuestros hermanos de allí sucumben a la locura de las gentes que adoran falsos ídolos como la Dama de Amboto o el Gaueko, a los aquelarres organizados por las meigas, a los lobisomes que acechan en los caminos y a un sinfín de criaturas que esos norteños ignorantes mantienen con vida al incluirlas en sus leyendas y sus tradiciones. Por tal, es especialmente encomiable la labor purificadora de nuestra hermandad en esas tierras oscuras, y es necesario advertir a nuestros hermanos del peligro que corren si pretenden actuar por aquellos lares.

Mas, en verdad, toda región tiene sus leyendas, y de estas provienen y se alimentan las criaturas a las que con tanto ahínco perseguimos. Esa es la razón, hermanos míos, por la que es necesario purificarlo todo, incluidas las gentes que son testigos de la materialización de lo irracional; pues, si no los purificáramos a ellos, las leyendas cobrarían aún más fuerza, y con ellas las criaturas que evocan, algunas de las cuales albergan un poder terrorífico. Sé que a muchos de nuestros hermanos les pesa en demasía el acabar con la vida de personas inocentes, pero en realidad, nuestra labor es un acto de amor: imaginaos, queridos cofrades, que una persona contrae la peste; esta regresa a su pueblo y contagia a todos sus vecinos; estos, a su vez, viajan a otros pueblos y contagian a sus habitantes, y así hasta que todo el reino se ve afectado. Si vosotros pudierais impedir que se propagara la peste, ¿no lo haríais? ¿Y qué mejor manera de hacerlo que impidiendo que la primera persona infectada pueda contagiar a otros inocentes? Por desgracia, las personas no tienen la suficiente fortaleza mental para discernir lo racional de lo irracional, y perpetúan lo segundo en detrimento de lo primero, lo alimentan, incluso encuentran un morbo enfermizo en ello. Por eso, hermanos míos, debemos cortar de raíz su propagación, y la única manera de hacerlo, desgraciadamente, es causando la muerte del que tiene la mente contaminada, incluso aunque sean niños; pues sabemos que, si han sido buenos cristianos, Dios los acogerá en el cielo, y tendrán una vida mejor. Y esa triste muerte sirve para salvar muchas vidas, para impedir que la oscuridad penetre en las mentes y los corazones de los hombres y vivan dominados por el miedo. ¿No es, entonces, queridos hermanos, nuestro sacrificio un acto de amor? Pues nosotros elegimos cargar en nuestra conciencia con esas muertes, para traer a la humanidad un poco más de luz; nosotros, aun a riesgo de que la oscuridad nos sorba los sesos como a tantos otros, en vez de rehuirla, la buscamos y la combatimos, pues somos los soldados de la luz, los encargados de hacer desaparecer todo aquello que provoca miedo y confusión en la humanidad.

Y en esa búsqueda de lo tenebroso siempre andamos, y yo os aconsejo empezar por el bosque y la noche; pues la combinación de ambos suele engendrar terribles monstruos. También en cuevas, puesto que en ellas completa y perenne es la oscuridad; y porque como ratas y cucarachas las criaturas irracionales buscan donde ocultarse para mejor actuar a escondidas de los hombres, y así aparecer cuando menos lo esperas y más vulnerable eres a su influjo, y escabullirse cuando peligran. Por eso, en vuestras incursiones en cuevas y bosques, no debéis cometer el error de separaros unos de otros: marchad siempre unidos, siempre alerta, pues tratarán de confundiros y engañaros, y en los reinos de la oscuridad la mente es débil.

Puesto que la razón nos asiste como seres humanos, usad esta con tino en vuestras cacerías, ya que ella es lo que más nos diferencia de aquello que cazamos, y por tanto es nuestra mejor arma: no vayáis a lo loco a la caza de estas peligrosas criaturas, y elegid sabiamente vuestro equipo; no pretendáis llevar pesadas armaduras si habéis de moveros por un frondoso bosque o una angosta cueva; si la criatura a batir es grande y pesada, blandid armas a su vez grandes y pesadas, como mandobles y hachas; pero si es criatura ágil y escurridiza, tened prestas vuestras dagas y ballestas. Sabed, además, que todo buen hermano, cuando sale de caza, va bien pertrechado, no solo con sus armas, sino también con otros objetos que le serán de gran ayuda: antorchas, con yesca y pedernal para encenderlas, pues no solo dan luz, sino también fuego, y ambas son a menudo cosas harto temidas por vuestras presas; crucifijos, pues las hay que además son temerosas de Dios y sucumben bajo el poder de la Fe; cuerda, para trepar o descender a los árboles o por escarpadas paredes de grutas profundas, y con un garfio a poder ser, para que queden enganchadas a lugares de difícil acceso; palas, para enterrar y quitar de la vista todos aquellos cuerpos que queden sin vida tras la purificación, incluso los vuestros propios, si algún hermano cae en la lucha;  y lienzos, pues no dudéis que alguna vez habréis de sangrar, y es necesario limpiar las heridas rápidamente antes de que se infecten.

Y ahora que sabéis dónde buscar y cómo equiparos, es hora de que hablemos de las abominaciones a las que os habréis de enfrentar. En un viejo manuscrito, firmado por dos misteriosos monjes dominicos con los nombres de Recaredus y Antonius, del cual hallé algunos fragmentos primero en Barcelona y luego en mi Córdoba natal, se hacen dos clasificaciones de toda criatura legendaria. La primera los distingue por su afiliación al cielo, al infierno, o a ninguno de los dos, los cuales llamamos neutros. Por supuesto, no nos sirve de mucho esta clasificación, pues qué duda cabe de que toda criatura irracional es infernal, y entre las afiliadas al cielo solo nombran a la hueste angelical, en la cual, como hombres racionales, creemos. Pero la segunda clasificación sí que es interesante para nuestros intereses, y yo mismo puedo corroborar lo útil que es tal distinción a la hora de combatirlas: nos hablan de demonios, engendros, elementales, numen [presencias], razas malditas, espectros, silvanos y animales fantásticos; si bien no está del todo clara a veces esta distinción, y podemos encontrar criaturas que podrían pertenecer a varias de estas categorías o a ninguna. Pero son las descripciones de sus características generales las que nos pueden servir a la hora de enfrentarnos a ellas.